Guillermo Briseño - Escuela para la vida

Tenemos un estreno que nos llena de emoción... El blues "Escuela para la vida" de nuestro querido Guillermo Briseño. ¡Muchas gracias maestro! Ya se nos salió una lagrimita de puro amor.

Escuela para la vida
Letra y música de Guillermo Briseño.


Imagen de Aurora Berlanga.


Adiós Alfredo / Ayer 13 de agosto mi papá se fue...

Compañeros Alfredo Figueroa y Hortensia Fernández

Adiós Alfredo

Alfredo Figueroa, militante de MEPA (movimiento de educación popular alternativa, grupo Freinet de México), nos dejó.

Muchos recuerdos, una presencia discreta y puntual en muchos Ridefs, la acogida en la escuela Prometeo de Puebla en 2008 durante una de las Ridefs que recordamos como particularmente significativa y eficaz gracias al grupo organizador del cual Alfredo, su esposa Hortensia, su hija Ireri, su yerno Ricardo estuvieron entre los incansables animadores.

Así como la contribución a la reescritura de la Carta de la Escuela Moderna, tanto en la Ridef de Metepec como en la siguiente de Nantes.

Tuvimos un acalorado debate entre europeos y mexicanos sobre el significado del término "democracia". Lo que nosotros, los huérfanos del colapso de las ideologías y de los grandes sistemas, veíamos como un faro y un lugar de aterrizaje, no los convenció porque decían que en los países de América Latina las peores dictaduras aparecían bajo esta etiqueta.

Alfredo y su familia, que regresaron de Turquía después de la Ridef en Varna, no podían volver a Bulgaria porque tenían un visado de ida (según las costumbres búlgaras); y, con sus maletas, tuvieron que bajarse del autobús, volver a pie a tierra de nadie, volver a Estambul para rehacer el visado en la embajada. Su fila recuerda a muchas otras procesiones de migrantes.

Muchos recuerdos. Un fuerte abrazo de Italia al MEPA. 
Giancarlo Cavinato

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Ayer 13 de agosto mi papá se fue...

Por Ireri Figueroa

Pero no, no se fue y no se va a ir nunca, lo que ya no tendré son sus manos maravillosas acariciándome, su crítica y su consejo invaluables, sus palabras, sus cuestionamientos. Mi jefe murió como vivió: profe, crítico, congruente, sin pretensiones, interesante, cariñoso, sensible, respetuoso y cuidadoso.
Ayer doctores, enfermeros, gestores de funerarias y amigos preguntaban si necesitábamos tiempo para “despedirnos”, insistían en que pasáramos algunas horas viendo un cuerpo, pero mi jefe es quien mejor sabe (sabía, me tengo que acostumbrar a este maldito tiempo verbal) que ni un cuerpo, ni un momento, ni unas cenizas, ningún fetiche y ningún ritual te hacen quedarte; que seremos quienes fuimos en el recuerdo de los vivos, que se da lo que se tiene, se trabaja por ser lo que se quiere durante la vida toda. Ayer (y durante todos estos años de enfermedad) algunos amigos rezaban, pero nadie que nos conociera llegó nunca a hacerlo o a poner ningún objeto religioso con él. Siempre prevaleció el respeto, como en sus argumentos en las discusiones.
Igual le canté (entre otras cosas) Disfruté tanto, tanto cada parte y gocé tanto, tanto cada todo, que me duele algo menos cuando partes porque aquí te me quedas de algún modo (de muchos modos, es verdad).
Para papá no eran importantes las fechas, ni los rituales, hasta le molestaban un poco; se lamentaba por los que tenían hijos porque “les ganaron sus convicciones religiosas”, se reía de los que, en la academia, piden ser llamados “doctor” como nombre de pila, nos molestaba por caer en la trampa del comercio o del capital por querer ir a festejar a algún restaurante o hacer una fiesta; lo veo como alguien que ejercía la disciplina revolucionaria y la austeridad republicana, jee (en serio).
Cuando yo era niña y alguien elogiaba mi belleza, mi papá siempre decía “lástima de cara” y me abrazaba sonriente; siempre me dijo carita de perro o Pantaleona, Panta, “porque la más bonita espanta”, mientras me miraba con absoluto amor y yo veía que, a sus ojos, sería siempre la más linda y afirmaba que las concepciones estéticas no sólo no me constituían como mujer, sino que ni siquiera eran importantes. Hablaba siempre de sus amigos y sus anécdotas, con una fantástica habilidad para relacionarlas con preguntas o premisas filosóficas, o con episodios de la Historia que se llenaban de sentido para sus interlocutores de la edad y el oficio que fueran.
Estás en mis listas de reproducción, pa: pongo algo para alegrarme y quitarme tanto dolor del cuerpo tenso y tristísimo y sale el Acapulco tropical, seguido del Mambo Lupita; mi hija no se quiere bañar y le digo ¿cómo ji jas not, chamaca cochina, puerca, marrana? Mientras la lleno de besos y risas; voy a comerme la tercera dona y escucho “Ireriiii”, veo en el súper una gabardina lindísima pero me acuerdo que no la necesito y la dejo, respondo (por fin) a lo que tengo que hacer y vuelvo a trabajar hasta lograr concentrarme (nomás me acuerdo del 68, mi jefa en la cárcel después de la manifestación y tú yendo a hacer gestiones y volviendo a Puebla a dar clases para luego volver al DF) y me sacudo y sigo porque hay vida, baile, chaviza, trabajo, esperanza y proyectos. La sonrisa vuelve.
Recibo cientos de apapachos virtuales y físicos, fotos y textos; las palabras que encuentro más usadas en ellos son honor, orgullo, coherencia, cariño, convicción, utopía, compromiso, ejemplo, maestro, sonrisa, compañero…El amor que sembró él, el de mi maravillosa madre y el mío, se me van regresando hoy así. Gracias a la vida.

Cincuenta años después de Freinet

Juan Sebastián Gatti
Paco Taibo en el Prometeo
Freinet es muchas cosas distintas según quién hable. Si nos limitamos a quienes tienen una vivencia directa de las escuelas freinetianas, para unos es el trabajo colaborativo, la experiencia cotidiana de la cooperación; para otros, una escuela de vida, los amigos, la familia. Hay quien habla del respeto mutuo, o de la posibilidad de opinar y la certeza de ser escuchados, o de saber que podían ser ellos mismos sin temor. Hay referencias muy constantes a ciertas actividades: las prácticas de campo, los juegos, las salidas, las lecturas, los espacios que ya no existen y los que son nuevos. 

Por supuesto también varían las respuestas desde el lado de los docentes, y todavía más cuando se trata de docentes que antes de serlo fueron además alumnos. Yo recuerdo siempre a algunas compañeras cuando asistieron a su primera práctica de campo como maestras, diciendo lo distintas que eran las cosas, que nunca se imaginaron --de alumnas-- que la práctica de campo fuera "eso".

Cuando uno repasa todas las respuestas, después de un rato empieza a ver que aflora una construcción mayor, hecha de todos esos pedacitos. Hay una sensación de pertenencia, por ejemplo, que se relaciona con otra de posesión. Pertenecemos a la escuela, ella nos pertenece a nosotros, parece que nos estuvieran diciendo. Hay también una conciencia muy especial del peso de la palabra, de la importancia de lo que cada uno de nosotros tiene para decir, y de nuestro derecho a decirlo y a ser tomados en cuenta. Esto es llamativo. Quiero decir, que la pedagogía freinetiana, que suele entenderse como muy centrada en el hacer y en el aprender haciendo, tiene en el fondo prácticas que son muy verbalistas, digamos, que le dan una importancia fundamental al ejercicio cabal de la palabra.

Me parece muy importante señalar esto, y para hacerlo tengo que dar un paso atrás y decir que todas estas palabras que he usado hasta ahora no son mías sino en todo caso "nuestras". Como para tantas otras cosas --los encuentros de escuelas alternativas, las intervenciones en otros espacios educativos o mediáticos, las participaciones en congresos--, los maestros del Prometeo empezamos a preparar esta celebración pidiendo a estudiantes, colegas, exalumnos y familias que nos dieran su opinión sobre el tema. Y éste es un ejemplo de cómo se construye un discurso comunitario; quiero decir, para los docentes de una escuela Freinet escuchar a los otros no es un ejercicio realizado por consigna sino la manera en que profundamente entendemos la pedagogía y la comunidad en que vivimos.

Lo digo así directamente y luego, porque tengo una gran conciencia de las palabras, me detengo a remarcarlo: sin pensarlo escribí "la comunidad en que vivimos", no "el lugar en que trabajamos". Los amigos. La familia. Como ven, sigo usando nuestras palabras. No es una cosa menor cuando pienso que yo llegué a esta escuela siendo un joven estudiante universitario, de intachable soberbia intelectual, que no tenía más meta en la vida que la erudición y que se había jurado solemnemente que nunca se dedicaría a la docencia. Y llegué, por razones menores que  ya no importan, con la intención de dedicarme a esto unos pocos meses, y han pasado ya treinta y tres años.

Así que entiendo que esa construcción mayor a la que me refería es a la vez de carácter intelectual y de corte afectivo, como si fuera la confluencia de dos cauces que forman una corriente más poderosa. En una escuela Freinet hacemos, hablamos, discutimos, acordamos, disentimos, y a la larga construimos un espacio común y extraordinariamente diverso a la vez. De todas esas razones y palabras, por ejemplo, yo voy construyendo un discurso nuevo que ahora regreso a la comunidad, que a su vez volverá a construirlo.

Como maestro, entonces, y para tratar de llegar a alguna parte, todo esto me hace comprender cada vez más la necesidad de las llamadas técnicas Freinet. En primer lugar por el hecho de que sean poco mencionadas, que me parece una virtud, o el síntoma de una virtud. Significa que están lo suficientemente bien integradas como para pasar desapercibidas. Es cada vez más una frase hecha que Freinet no puede reducirse a un conjunto de técnicas. Yo creo que el problema no está en el sustantivo, en las técnicas, sino en el verbo "reducir".

Las técnicas Freinet, el texto libre, la asamblea, el diario, la correspondecia, están el el centro de nuestra pedagogía porque le devuelven el sentido a las prácticas escolares, porque las dotan de peso, de densidad, de significado, de contexto. La libertad y el respeto a sus opiniones y modos de ser que los alumnos de nuestras escuelas señalan, por ejemplo, encuentran cauce y ejercicio precisamente a través de esas técnicas. El texto libre y las asambleas, por ejemplo, nos mantienen a todos en contacto con las preocupaciones y entusiasmos del "mundo real", impiden que la escuela se vuelva un espacio cerrado sin relación con la vida de afuera.

Como maestro, entonces, veo que Freinet es también --o es sobre todo-- la posibilidad de dotar de sentido y significado a las cosas del mundo desde la escuela. Que es precisamente lo que se supone que las escuelas tenían que hacer, y tan a menudo no hacen.