El maestro Antoni Benaiges

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La grandeza de ser maestro
Esta es la historia de un maestro. Un ejemplo de vocación, entusiasmo por su trabajo y valentía que difícilmente puede dejar indiferente a nadie. El libro “Antoni Benaiges. El maestro que prometió el mar” (Blume) hace que su entrega, que le llevó a perder la propia vida, no fuera en vano. texto ANTONIO G. ITURBE fotos SERGI BERNAL
Porque el azar es azar, muchas veces las cosas más extraordinarias que encontramos son, precisamente, las que no buscábamos. Así le sucedió al fotógrafo Sergi Bernal con esta historia: fue un hallazgo inesperado, aunque también es cierto que él algo andaba merodeando. Sintió el impulso de retratar con su cámara un momento muy sensible: la inhumación de los restos de una fosa de la Guerra Civil. No se puede descartar en esa pulsión el hecho de tener un abuelo aguerrido que perteneció al POUM. Bernal consultó con la historiadora Queralt Solé, perteneciente a la asociación por la memoria histórica Mirmanda, para saber dónde podría retratar alguna fosa que se estuviera abriendo en Cataluña. Ella le explicó que no había ninguna. Las fosas catalanas son casi en su totalidad de militares, vinculadas a los frentes de la guerra, y la dificultad de identificar los restos de los combatientes hace que apenas se toquen. Además, Sergi quería una fosa de civiles, de personas a las que la guerra hubiera arrollado y donde su exhumación pudiera tener un sentido reivindicativo. Fue ella la que lo puso en contacto con otra asociación y la exhumación de una fosa en un paraje de Burgos llamado La Pedraja. Y hasta allí se fue Bernal con su cámara.

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Las fotografías de la exhumación de los restos de 105 personas, asesinadas y enterradas el 25 de julio de 1936 (una semana después del golpe de Estado del general Franco), forman parte de este libro, acompañadas de las explicaciones del antropólogo Francisco Ferrándiz. Pero, aún siendo un documento importante, se han convertido en un apéndice, un epílogo. Mientras Bernal estaba fotografiando los restos, pero fundamentalmente las miradas e impresiones de aquellos que contemplaban cómo la tierra revelaba lo que escondía, un hombre de avanzada edad le dijo: “Aquí está enterrado el maestro de mi pueblo”. Y esa frase fue para él una chispa que encendió la hoguera de su curiosidad. ¿Quién había sido aquel maestro? ¿Por qué acabó en aquella fosa? ¿Por qué, más de setenta años después, aquel hombre seguía recordándolo con emoción? El nombre del maestro era Antoni Benaiges, pero en el rompecabezas de su vida estaban todas las piezas perdidas. Para recomponerlas, Bernal ha rastreado intensivamente archivos, visitado testimonios y a los propios familiares de Benaiges.

Este libro es el resultado de esa indagación, puesta en las manos hábiles de un Francesc Escribano (autor de una excelente biografía de Pere Casaldáliga y de otra de Puig Antich) que ha reunido con delicadeza, y a la vez con decisión, los pedazos de una vida que rompió trágicamente la Guerra Civil. Escribano confiesa que él, en realidad, no podía escribir este libro: en el momento en que se lo propusieron estaba a punto de marcharse fuera de España durante tres meses para atender el rodaje en Brasil de la película sobre su biografía de Casadáliga. Era imposible escribirlo, no podía… Pero tuvo que hacerlo. En cuanto conoció la historia de Benaiges notó el temblor y supo que debía escribirla. Esta es otra más de las muchas paradojas y azares que han llevado hasta este libro, que se ha ido ensamblando de manera inverosímil. Así, la redacción de la peripecia vital de este maestro catalán en la Guerra Civil se realizó en las selvas de Brasil, en los tiempos que Escribano tenía libres. Benaiges no era católico, pero seguro que se hubiera entendido muy bien con Casaldáliga.

Primera parada: Mont-Roig

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La primera pista de la vida de Benaiges llevó a Bernal a Mont-Roig, una localidad de Tarragona. Y a su casa natal de Cal Reverter. Allí, sus sobrinos nietos Elisa y Jaume apenas conservaban recuerdos de aquel tío del que sabían que murió en la Guerra Civil, que era un hombre de ideas progresistas y que era un gran bailarín. Pero tenían algo más, una vieja caja de cartón, decorada con estampas rurales, donde se conservaban los recuerdos del tío Antoni: unas pocas fotografías en blanco y negro y un puñado de cuadernos antiguos, impresos de manera rudimentaria. Esa caja había permanecido durante décadas en la familia, incluso cuando tener papeles que lo relacionasen a uno con republicanos o represaliados de la guerra era un asunto peligroso. Pero la caja formaba parte de la historia familiar, era el último recuerdo de aquel tío maestro que se fue a enseñar a un pueblo de Burgos y nunca más volvió. La familia poco más sabía y la indagación fue llenándose de aportaciones documentales y de testimonios diversos hasta ir volviendo nítida la fotografía de Benaiges.

Para entender su recorrido vital, primero hay que situarse en la España de su tiempo. Cuando en 1931 se instauró la República, el primer ministro de Educación y Cultura de la época (lo que entonces denominaban Instrucción Pública y Bellas Artes), Marcel·lí Domingo, puso en marcha un poderoso plan de modernización escolar en un país donde un tercio de la población no sabía leer ni escribir. Nos lo recuerda en el libro la historiadora Queralt Solé: “El ministro afirmaba que el maestro era el primer ciudadano de la República”. En ese ambiente de cambios, de creación de 7.000 nuevas plazas para docentes y la dignificación de aquel oficio que antaño tenía salarios de hambre, surgió una generación de jóvenes maestros muy implicados en este afán reformista. Hubo un momento en que pareció que España podía ser otra.

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Entre estos nuevos maestros, un grupo se sentía muy interesado por el método puesto en marcha en Francia por Célestin Freinet. Su idea es que la letra con sangre no entra. Él proponía que las clases se desarrollaran en un ambiente de cotidianidad, con participación de los alumnos y una atmósfera donde el trabajo riguroso no estuviera reñido con la alegría de aprender. Y, para fomentar eso, se dotaba a cada escuela de una pequeña imprenta. Ahí los alumnos podían desarrollar sus ideas, practicar la redacción, la lectura, y además realizar un trabajo manual en equipo con la propia imprenta y tener la motivación de ver impreso su propio esfuerzo.

Antoni Benaiges, tras acabar sus estudios de magisterio, fue destinado como suplente a varias escuelas de Madrid, y después volvió a Cataluña, para dar clases en Vilanova i la Geltrú. En Cataluña había un grupo de maestros muy partidarios de la técnica Freinet y él se sumó a ellos con entusiasmo. Organizaban sus reuniones para hablar de pedagogía e incluso tenían una revista, Colaboración, donde publicaban artículos sobre sus experiencias. El ideario de Benaiges lo resume Escribano de la manera más sintética y clara posible: “Respeto y libertad”.

Parada final: 1934, Bañuelos
Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar VV.AA. Blume 184 págs. 20 ¤.
Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar
VV.AA.
Blume
184 págs. 20 €.
Bañuelos de Bureba era un pueblo de doscientos habitantes y ninguna carretera, un lugar perdido en el interior de Burgos a donde Benaiges llevó en su maleta de ilusiones el empuje de la alfabetización. Él mismo pagó de su bolsillo el dinero para poder tener una imprenta con la que poner en marcha el método Freinet y los niños rápidamente quedaron fascinados con aquel maestro tan distinto a lo que hasta entonces habían conocido: “Los niños estaban muy contentos con él porque cambiaron de un maestro que les pegaba con la vara y les castigaba duramente a este que les enseñaba, les llevaba de excursión y hasta les compraba comida”

Los chavales no podían asistir siempre a clase porque debían ayudar a hacer la colada o en el campo. Había gente que miraba con desconfianza y algo más a aquel profesor de extraños métodos que no asistía a misa los domingos. Un maestro que hablaba mucho con los alumnos y daba pocas matemáticas. Pero nada de eso apagó el entusiasmo de Benaiges, que dijo esto en uno de los muchos artículos que escribía ardorosamente para la revista freinetista Colaboración: “El niño, para ser educado, necesita camino libre, trazarse por sí mismo la trayectoria de sus actividades. ¿Que con papel sin rayar el niño escribe torcido? Mejor. Un motivo más para mejorarse yendo derecho. Dejémosle”.

Con la imprenta empezaron a trabajar enseguida, imprimiendo unos cuadernillos con los trabajos de los niños sobre diversos asuntos que se trataban en clase. Los chicos y chicas participaban risueñamente en aquel proceso. A la serie de publicaciones trimestrales de los alumnos las bautizó como Gestos: “Le llamaremos Gestos. Gesto es carácter. Expresión libre. Matiz. Vida. Atributos de la escuela”. Una muestra del resultado de aquellas labores escolares son precisamente los trece cuadernos monocolores que con tanto afecto ha conservado su familia durante décadas. Y esta generosa edición de Blume incluye un facsímil de uno de esos cuadernos, tal vez el más emotivo y que tiene la clave del título del libro. Se trata de un cuaderno surgido de una propuesta de trabajo de clase de Benaiges: pregunta a unos niños incrustados en el secano de Castilla cómo creen que debe de ser el mar. Sus respuestas son de una inocencia que desarma. Todos fabulan de una manera tal que se tiene la impresión de poder ver, a través de sus palabras, el brillo de sus pupilas al soñar con el mar. Este es un libro lleno de momentos emocionantes y la lectura del cuaderno es uno de ellos. Es difícil no contagiarse de la ternura de los niños y la devoción de Benaiges por la enseñanza: “Los maestros no tenemos vacaciones. Así como suena. Donde va el maestro, va la escuela”, escribió en el cuaderno de final de curso de Gestos de 1935.

Él era un soñador práctico, un reformista. Por eso, a aquel puñado de niños no les prometió la luna, pero casi: les prometió ir a ver el mar. Los autores del libro han constatado cómo Benaiges pidió a su familia que le preparasen la casa familiar de veraneo en la costa. Sería una manera de que aquellos niños tuvieran una oportunidad, por fin, de ver el mar. Pero el verano trajo una marea inesperada, de odio y atrocidades. A Benaiges, un profesor republicano, progresista y catalán, le encontró el estallido de la Guerra Civil en el peor sitio posible: Burgos, capital provisional del primer gobierno fascista.

En el libro se ha logrado reconstruir la manera en que Benaiges murió asesinado. Son páginas muy dolorosas, pero por fin se logra en ellas, tantos años después, arrojar luz. Porque Escribano nos recuerda que la primera víctima de la guerra es la verdad. La apertura de fosas de la Guerra Civil es un asunto delicado, pero en esta ocasión se ha demostrado útil, pues lo que aflora no solo son restos deteriorados, sino también memoria.

A la presentación del libro, celebrada en el Pati Manning de Barcelona, asistieron los sobrinos de Antoni Benaiges y Escribano les preguntó qué sensación habían tenido al ver recompuesta la historia. Jaume Aragonés Benaiges dijo sentirse enormemente satisfecho porque habían devuelto al Tío Antón la dignidad. Cuando el inquieto fotógrafo Sergi Bernal, al visitar a sus antiguos alumnos, les preguntaba por Benaiges, alguno de ellas, tantas décadas después, aún conservaba aquellos modestos cuadernos de la escuela hechos en la imprenta que trajo el maestro. Un señor ya mayor le dijo a Bernal que ese cuaderno no lo vendería ni por 100.000 pesetas ni por nada. Este es un libro de un valor que no se puede medir. La recuperación de la memoria de este héroe contemporáneo que fue el maestro Benaiges es una de esas obras que demuestran que los libros son un arma cargada de futuro y de presente.

Originalmente en Qué Leer.